Durante la ceremonia nupcial, el novio levantó con delicadeza el velo de la novia para el tradicional beso… pero lo que vio congeló a toda la sala.
El ambiente era casi sagrado. Cintas blancas colgaban de los bancos, pétalos de rosa cubrían el pasillo y una melodía suave resonaba bajo las bóvedas de la iglesia. El novio, de pie frente al altar, sentía cómo su corazón latía con fuerza; las manos le temblaban mientras ajustaba los gemelos. Era el momento que había soñado durante años: ver el rostro de la mujer que amaba, a quien estaba a punto de llamar “esposa”.
Cuando las últimas palabras del sacerdote se desvanecieron, un silencio profundo envolvió la iglesia. Lentamente, el novio extendió la mano para levantar el delicado velo de encaje. Incluso la luz que se filtraba por los vitrales pareció detenerse.
Pero cuando su mirada finalmente encontró aquel rostro, su sonrisa se apagó. Sus ojos se abrieron de par en par, incrédulos. Los labios se movieron, pero ningún sonido salió.
La mujer frente a él no era su prometida. Sus rasgos le resultaban familiares, pero claramente era otra persona. Por un instante pensó que se trataba de una cruel broma. Entonces la desconocida susurró, con voz temblorosa:
—Lo siento… no tenía elección.

Un murmullo recorrió a los presentes. El sacerdote permaneció inmóvil, incapaz de reaccionar. Y el novio se quedó allí, petrificado, suspendido entre la sorpresa y el horror.
Más tarde, todos supieron la verdad: la verdadera novia había tenido un accidente automovilístico camino a la iglesia. Su teléfono se había roto y no pudo avisar a nadie. En un desesperado intento de evitar un escándalo y ganar tiempo, su hermana había decidido tomar su lugar, con la intención de explicar todo lo antes posible.
El novio la miraba, vacío, incapaz de reír o llorar. De pronto, las grandes puertas de la iglesia se abrieron de golpe.
En el umbral estaba ella: la verdadera novia, temblando, con la mano vendada y lágrimas recorriéndole el rostro.
—Lo siento… llegué tarde —murmuró.
Un estremecimiento recorrió toda la sala. El novio se volvió hacia ella, con la emoción llenándole los ojos. Sin decir una palabra, retiró el anillo del dedo de la otra mujer, caminó hacia su verdadera novia y, entre la confusión general, le sonrió.
—Ahora todo está en su lugar.







