Mientras Nina estaba en prisión por acusaciones falsas, su marido y su amante vivían con lujo en su apartamento.

Interesante

El apartamento era exactamente como lo recordaba… y, sin embargo, completamente distinto. Los mismos muebles, los mismos cuadros en las paredes, pero todo dispuesto de una forma ajena, como si alguien hubiera dejado su marca sobre lo que un día fue su vida.

Las cortinas habían cambiado: pesados cortinajes de color burdeos, algo que ella jamás habría elegido. En la mesa dominaba un imponente arreglo floral, justo el tipo de decoración ostentosa que a Nina siempre le había parecido de mal gusto.

Pero lo que realmente la paralizó no fue el cambio en el mobiliario. Fueron los signos inequívocos de otra presencia femenina. En la entrada, colgados de la pared, dos abrigos de mujer — demasiado modernos, demasiado juveniles como para ser suyos.

Sobre la mesita del salón, un bolso de marca y, junto a él, una foto enmarcada: Víctor abrazaba a una joven rubia. Ambos reían, mirando directamente a la cámara.

El aliento se le atascó en la garganta. Lo sospechaba, claro. Pero ver la prueba tan clara, tan íntimamente entrelazada con lo que una vez fue su hogar… fue como recibir un golpe directo al estómago.

Tomó la foto entre las manos, observando detenidamente el rostro de la mujer. Guapa, sí — pero con una belleza estudiada, artificial. Probablemente diez años más joven. Exactamente el tipo de mujer que Víctor siempre había admirado.

—No deberías estar aquí.

Nina se dio la vuelta bruscamente. En la puerta de la cocina estaba la mujer de la foto, envuelta en una bata de seda, el cabello aún húmedo por la ducha. Su voz era tranquila, casi cortés, pero sus ojos, fríos y calculadores.

—Esta es mi casa —respondió Nina, sorprendida de la firmeza de su voz—. Si alguien tiene que dar explicaciones, eres tú.

La mujer sonrió — una sonrisa que no alcanzó los ojos.

—Vivo aquí. Con Víctor. Desde hace tres años.

Tres años. Un nudo le apretó el estómago. Había estado en prisión cinco. Eso quería decir que Víctor no perdió el tiempo. Ni siquiera esperó un año.

—Soy Alina —añadió la mujer, dando un paso hacia ella y extendiendo la mano como si fuera una presentación cordial—. Víctor me habló de ti.

Nina ignoró la mano. —¿Dónde está él?

—En el trabajo. Vuelve sobre las seis. —Alina la observó de arriba abajo con esa mirada que sólo las mujeres saben lanzar—. No te esperaba tan pronto.

—Evidentemente —murmuró Nina, devolviendo la foto a su sitio. Dio unos pasos por el salón, rozando objetos familiares: el sofá que habían elegido juntos, la mesa de las cenas, la estantería llena de sus libros—. Así que viven juntos.

—Sí. Como puedes ver. Víctor estaba seguro de que nunca volverías. Decía que tu juicio…

—…fue una farsa —la interrumpió Nina, sintiendo cómo la rabia le subía por la garganta—. Era inocente. Siempre lo fui.

Alina se encogió de hombros con indiferencia. —No es asunto mío. El pasado, pasado está.

Nina volvió a mirar alrededor y notó algo. —No cambiaron casi nada. Los muebles siguen siendo los mismos.

—¿Por qué habríamos de cambiarlos? Eran de calidad.

—Eran míos —replicó Nina, marcando cada palabra—. Cada pieza la elegí yo. Las pagué yo.

—Víctor dice que el apartamento está a su nombre.

—Miente. Está a nombre de los dos. Y yo pagué más de la mitad.

Por primera vez, notó una grieta en la máscara de Alina. Un parpadeo, una duda. Quizá Víctor no le había contado todo.

—Escucha —dijo Alina, suavizando el tono—, entiendo que no sea fácil. Pero han pasado cinco años. Víctor ha seguido con su vida. Nosotros hemos seguido adelante.

—Yo estuve en prisión siendo inocente —respondió Nina, con lágrimas en los ojos—. Y ustedes… ¿disfrutaron de mi casa? ¿Durmieron en mi cama?

—Nina, por favor…

—No. —Nina levantó la mano—. No quiero escuchar nada. Solo… quiero recoger algunas cosas y me iré.

Alina pareció aliviada. —Por supuesto. Toma lo que necesites.

Nina fue hacia el dormitorio — y ahí el golpe fue aún más fuerte. La cama ahora tenía sábanas rosa pálido, cojines decorativos dispuestos con esmero.

En la mesita de noche, que antes era suya, se acumulaban cosméticos caros, un perfume de diseñador, joyas lanzadas con descuido.

Abrió el armario, esperando no encontrar nada. Pero, para su sorpresa, allí estaban aún sus vestidos — empujados al fondo, escondidos tras la opulenta colección de Alina.

Con las manos temblorosas, tomó algo de ropa, unas cuantas fotos, algunos objetos a los que aún tenía apego. Los metió en una vieja bolsa que encontró en el fondo del armario. Era poco, pero era todo lo que podía llevar.

Al salir de la habitación, Alina ya la esperaba en el salón, sentada con las piernas cruzadas, como una reina.

—¿Has terminado?

Nina asintió. —Por ahora. Pero quiero que sepas algo: no voy a renunciar a este apartamento. Hablaré con un abogado.

Alina rió — una risa melodiosa, pero helada. —¿En serio? ¿Recién salida de la cárcel? ¿Crees que alguien te tomará en serio?

—Tengo la verdad de mi lado.

—¿La verdad? —Alina se levantó, acercándose—. La verdad es que Víctor ya no te ama. Tal vez nunca te amó. La verdad es que yo he estado a su lado estos tres años. Yo lo hago feliz.

Nina sintió un vacío en el estómago. Se preguntó si esa mujer conocía toda la historia. Si Víctor le habría dicho cómo acabó ella en prisión.

—¿De verdad conoces a Víctor? —preguntó en voz baja.

Alina frunció el ceño, confundida. —Claro. Llevamos tres años juntos.

—¿Y sabes por qué fui a prisión?

—Mencionó un fraude en la empresa donde trabajabas. Dijo que asumiste la culpa para proteger a alguien. —Alina se encogió de hombros—. No me interesan los detalles.

Nina esbozó una sonrisa amarga. —Sí, es verdad. Asumí la culpa para proteger a alguien. A Víctor.

Alina abrió los ojos con asombro. —¿Qué estás diciendo?

—Víctor desvió fondos de la empresa. Cuando se descubrió todo, me convenció para que asumiera la culpa. Me prometió que lo solucionaría, que saldríamos de eso juntos. Que cuidaría de mí.

Nina rió, con amargura. —Y así lo hizo. Me dejó pudrirme en prisión mientras empezaba una nueva vida contigo.

Alina dio un paso atrás, conmocionada. —Mientes. Víctor jamás haría algo así.

—Pregúntale. Míralo a los ojos cuando lo hagas, y dime si es capaz de mentirte.

Nina se dirigió a la puerta, con el corazón dividido entre el dolor y el alivio. Dolor por los años perdidos, por la traición. Alivio por haber dicho, al fin, la verdad.

—Volveré —dijo, deteniéndose en el umbral—. Dile que conozco todos sus secretos. Todas sus mentiras. Y que esta vez no pienso callar.

Salió sin mirar atrás. Dejó la puerta abierta. En las escaleras, sintió las primeras lágrimas recorrerle el rostro. Pero no eran de desesperación. Eran de rabia. De determinación.

Frente al portal, sacó el móvil y marcó un número.

—Soy Nina. Necesito tu ayuda. Y el nombre de un buen abogado.

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