La fuga de Nastia
Nastia creció tras los muros grises de un orfanato, después de haber perdido a ambos padres cuando era muy joven. Sus recuerdos de ellos eran borrosos, como la luz titilante de una vela en medio de una tormenta.
Solo el abrazo cálido de su abuela permanecía grabado en su corazón — sus canciones de cuna, sus manos suaves, la manera en que hacía que el mundo pareciera un lugar seguro.
Pero cuando la abuela murió, Nastia se encontró sola de nuevo, regresando a los fríos pasillos del orfanato.
A pesar de todo, logró graduarse y, con el modesto apoyo del estado, recibió un pequeño apartamento y una mentora — una profesora amable que creía en ella y cultivaba su amor por el estudio.
Una noche, por casualidad, salió a una discoteca con una amiga. Nunca imaginó que esa noche cambiaría su vida.
Fue allí donde conoció a Sasha.
Él era mayor, seguro de sí mismo, irradiaba esa clase de riqueza y encanto que atrae las miradas. A diferencia de las otras chicas que intentaban conquistarle, Sasha notó a Nastia.
Se acercó a ella con una sonrisa desarmante y una voz dulce que la hizo sentirse vista por primera vez en años. Quedó fascinada.
Nastia se enamoró — profunda e irremediablemente.
Sasha lo tenía todo: una villa de verano lujosa, autos costosos, un padre poderoso que poseía gran parte de la ciudad. Para Nastia parecía un sueño hecho realidad. Pero los sueños pueden convertirse en pesadillas.
Cuando Nastia descubrió que estaba embarazada, todo cambió.
El hombre gentil y atento que adoraba se volvió frío. Luego cruel. Sasha empezó a beber en exceso, llegaba a casa furioso, insultaba de forma grosera y descargaba su rabia. Su toque antes dulce se transformó en golpes y miedo.
Nastia, aferrada a la esperanza de que el hombre que amaba volvería a ser quien fue, soportó todo — por el niño, por el recuerdo de lo que habían tenido.
Pero una noche tormentosa, la furia de Sasha estalló en una violencia tan aterradora que Nastia comprendió que debía escapar. Tomó una pequeña bolsa, temblando, pero antes de que pudiera salir, él cerró las puertas con llave. Estaba atrapada.
Y entonces — una chispa de esperanza.
Inga, la empleada doméstica, había visto demasiado. Silenciosa, atenta y compasiva, aquella noche dejó la puerta trasera abierta, fingiendo no darse cuenta cuando Nastia se escabulló.
Con el corazón latiendo con fuerza y las lágrimas nublándole la vista, Nastia corrió hasta que sus piernas no dieron más. Terminó en la casa de Antonina, una enfermera anciana conocida en el pueblo por su bondad. Cuando Antonina vio a Nastia en su umbral — con moretones, temblando y embarazada — no dudó.
La acogió, le dio sopa caliente y la envolvió en suaves mantas. Por primera vez en meses, Nastia se sintió segura.
A la mañana siguiente, con los ojos llenos de lágrimas y una voz frágil, Nastia le contó todo a Antonina — su infancia huérfana, la breve luz del amor de su abuela y la oscura espiral con Sasha.

Antonina escuchó con feroz compasión y prometió protegerla.
Luego hizo una llamada.
Su hijo, Grigory, un funcionario público que atravesaba un doloroso divorcio, se mostró escéptico al principio. Pero cuando escuchó la historia de Nastia y vio su espíritu quebrantado, algo cambió en él. No pudo dar la espalda.
Al investigar, Grigory descubrió la verdad más oscura de Sasha — negocios ilegales, corrupción y violencia, ocultos tras la fachada dorada de la familia.
El padre de Sasha, una figura dominante en el mundo empresarial, había hecho la vista gorda demasiado tiempo ante el comportamiento de su hijo.
Grigory hizo un movimiento valiente.
Enfrentó a Sasha en la villa de verano. Sasha se mostró arrogante y desdeñoso — hasta que Grigory permaneció firme, con los ojos llenos de fuego, y reveló la verdad. Cuando Sasha se rió y amenazó con quitarle al niño, Grigory no se inmutó.
En cambio, se dirigió a la verdadera fuente del poder: el padre de Sasha.
Armado con pruebas de actividades criminales, le presentó todo, con calma pero con extrema seriedad. Le dio una elección — arreglar todo, o todo saldría a la luz.
Conmocionado, el hombre de negocios aceptó. Nastia recibiría sus documentos, sus bienes y, sobre todo, Sasha no se acercaría jamás a ella.
Grigory volvió a casa victorioso. Cuando se lo contó a Nastia, ella se desplomó entre sus brazos, aliviada. Aquella noche, Antonina preparó tartas de cereza y por primera vez, risas llenaron la cocina.
Pero quedaban preguntas — ¿cómo sobreviviría Nastia con un bebé y sin trabajo?
Antonina se preocupaba en silencio, pero Grigory tenía otra idea. ¿Por qué no buscar a los familiares de Nastia? Tal vez alguien, en algún lugar, compartiera su sangre y pudiera ofrecerle un nuevo comienzo.
Nastia dudó. Había soñado con una familia toda su vida. ¿Sería posible?
Grigory prometió que buscarían juntos. Ya no estaba sola.
Mientras el sol salía en un nuevo día, Nastia estaba junto a la ventana, una mano sobre su creciente vientre. Su viaje no había terminado. Pero por primera vez, tenía esperanza — y personas que creían en ella.
Y eso, entendió, era el comienzo de todo.







