—Estás viva —dijo Sebastián suavemente, mirándola directamente a los ojos.

Interesante

“Estás viva”, dijo Sebastian en voz baja, mirándola fijamente a los ojos. “Maldición… No me lo esperaba”.

Elizabeth entró sin decir palabra. Dos guardias de seguridad vestidos de civil cerraron la puerta tras ella. Su padre, Thomas, estaba de pie junto a ella, fulminando con la mirada al hombre que había intentado matar a su hija.

“¿Qué te creías? ¿Enterrarme viva y desaparecer con el dinero?”

La voz de Elizabeth era tranquila, pero llena de ira fría.

“¿Solo una nota al pie en un informe policial? ¿Otra víctima ingenua?”

Sebastian no respondió de inmediato. Dejó su vaso sobre la mesa y se puso las manos en las rodillas, como un actor que recibe un aplauso después de una larga actuación.

“Eras más fuerte de lo que pensaba”, admitió. Pero aún no lo entiendes. Nunca se trató de ti. Se trataba de mi libertad. De escapar de un sistema corrupto, de una vida que no elegí.

“Y por eso decidiste matarla”, interrumpió Thomas.

“Quitarle todo. Su nombre, su fortuna, su futuro.

“Elegí vivir”, dijo Sebastian. “Y para hacerlo… alguien tenía que perder”.

Uno de los oficiales dio un paso al frente, pero Elizabeth levantó la mano. Todavía no. Tenía que escucharlo todo. Mirarlo a los ojos y oír cada mentira.

“¿Por qué yo?”, preguntó. “Podrías haber huido, encontrado otra salida”.

“Porque te enamoraste”, dijo con una sonrisa amarga. “Eras perfecta. Demasiado perfecta. Demasiado fácil de convencer.

Para firmar, para confiar. Para poner tu corazón sobre la mesa y creer que eras amada”.

Elizabeth cerró los ojos por un momento. El dolor no era físico. Se sentía más como una vieja herida que había empezado a sangrar de nuevo. Pero no le dio el gusto de verla rendirse.

—¿Qué vas a hacer ahora, Sebastian? —preguntó—. ¿De verdad crees que vas a salir por esa puerta y desaparecer de nuevo?

—¿De verdad? —hizo una pausa—. No. Pero no me van a atrapar sin luchar.

Con un movimiento repentino, Sebastian se levantó y les lanzó una pesada silla de madera a los agentes.

Uno de ellos tropezó, el otro sacó su gas pimienta, pero ya era demasiado tarde: Sebastian ya había saltado por una ventana lateral que daba al jardín.

—¡Deténganlo! —gritó Thomas.

Elizabeth ya lo perseguía. Sin pensarlo, cruzó el umbral y se adentró en la noche. El viento le arrancó el pelo de la cara; la sangre le latía con fuerza en las sienes.

Sebastian corrió hacia el muelle. Una lancha motora lo esperaba, iluminada por la luz de la luna.

Pero Elizabeth lo alcanzó. Extendió la mano. Él se giró. Por un instante, sus miradas se cruzaron. No había miedo en sus ojos.

Solo arrepentimiento. Pero no por lo que le había hecho. Arrepentimiento por haber fallado.

«No te vas», susurró con la voz quebrada.

Los oficiales los alcanzaron, y segundos después, Sebastian estaba en el suelo, con las manos esposadas.

Unos meses después, en la sala del tribunal, Elizabeth vio cómo lo conducían al interior.

Sebastian vestía un traje gris oscuro, con el rostro demacrado, pero con la misma sonrisa burlona en la comisura de los labios. La vergüenza, una vez más, le era ajena.

«Te amé, ¿lo sabes?», susurró al pasar junto a ella, escoltado por los guardias. «A mi manera, hombre enfermo, te amé».

«Y yo», dijo ella con calma, «a mi manera, te derroté».

La sentencia era clara: intento de asesinato, fraude, falsificación, blanqueo de capitales. Veinticinco años de prisión. Sebastian Richter se convirtió en una historia con moraleja.

Y Elizabeth, el símbolo de una mujer que no solo había sobrevivido, sino que había recuperado su vida.

Un año después, Elizabeth estaba sentada en el porche de la casa de sus padres. En la mesa a su lado, una foto en blanco y negro: una bata de hospital, una leve sonrisa.

En su mano, sostenía un certificado: «Vida. Liberada de nuevo».

«Todo ha cambiado», susurró, mirando al cielo. «Y yo también».

Ya no era la víctima. Ya no era la novia traicionada. Era Elizabeth Westbrook.

La mujer que había escapado de la muerte. Y que había regresado para escribir su propio final.

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