SU ÚLTIMO DESEO ME LLEVÓ A UNA FAMILIA QUE NI SIQUIERA SABÍA QUE EXISTÍA — Y LUEGO ME DEJÓ OTRO SECRETO

Interesante

Nunca me habría imaginado encontrarme en una situación así. Apenas conocía a Viktor — solo era un anciano en un hospicio donde hacía trabajo voluntario. No recibía visitas, no tenía familia, nadie. Pero cada vez que entraba, sonreía y decía:
«Ah, mi querido alborotador.»

La semana pasada me tomó del brazo, con una voz más débil de lo habitual.

«Un último favor, chico,» — susurró. «Debes entregar una carta a esta dirección. A la mujer que vive allí. No hagas preguntas, y no mires dentro.»

Dudé. Parecía algo demasiado personal, pero ¿cómo se puede rechazar el último deseo de un moribundo?

Al día siguiente fui a la dirección. Era una casita pequeña, ordenada pero marcada por el paso del tiempo. Una mujer de unos cincuenta años abrió la puerta. En cuanto vio la caligrafía de Viktor en el sobre, contuvo el aliento. Le temblaban las manos.

«¿Está vivo?» — susurró.

Antes de que pudiera responder, arrancó el sobre. Sus ojos recorrían las líneas, llenándose de lágrimas.

«Creí que había muerto. Se fue… hace treinta años.»

“¿Se fue de ustedes?” Sentí un nudo en el estómago.

Entonces, desde detrás de ella, apareció una adolescente.

«¿Quién es, abuela?» — preguntó.

Casi se me cayeron las llaves de las manos. Viktor tenía una hija. Y una nieta.

Pensé que era el final de la historia. Pero cuando volví al hospicio para contárselo, una enfermera me recibió en la puerta. Negó con la cabeza.

«Lo siento… Viktor murió esta mañana.»

Me quedé paralizado, aún sintiendo el calor de la carta que esa mujer acababa de sostener. Viktor me había enviado con ellas sabiendo que nunca sabría cómo terminaría todo.

Pero justo cuando me daba vuelta para irme, la enfermera me detuvo.

«Espera. Dejó algo para ti.»

Me entregó un pequeño sobre sellado.

Me senté en el coche, mirándolo. Mi nombre estaba escrito con la temblorosa letra de Viktor. Por un momento pensé en esperar, pero algo dentro de mí me dijo que no era solo una carta de agradecimiento.

Respiré hondo y abrí el sobre.

Dentro había una sola hoja, con un breve mensaje:

«Chico, si estás leyendo esto, significa que ya no estoy. Debo decirte la verdad. Revisa el depósito Union Storage, casillero n.º 237. Lo entenderás todo.»

¿Un depósito? ¿Qué había ocultado Viktor?

La curiosidad me consumía. Debería haber vuelto a casa, pero en vez de eso, conduje directamente hacia Union Storage. En cada curva, mi corazón latía más fuerte.

El depósito era ese tipo de lugar donde las cosas olvidadas acumulan polvo. El encargado ni me miró cuando mostré el papel y expliqué que tenía autorización de Viktor. Tras revisar el sistema, me dio la llave y señaló el casillero.

Me detuve frente al 237. ¿Qué esperaba? ¿Una caja con cartas viejas? ¿Tal vez fotos que Viktor nunca logró mostrar?

Metí la llave y la puerta metálica chirrió al abrirse.

Dentro había un baúl de madera. Pesado. Lo saqué con dificultad y levanté la tapa.

Me quedé petrificado.

Pilas de dinero. Fajos de billetes de cien dólares atados con ligas ocupaban la mitad del baúl. Debajo había viejos cuadernos, hojas amarillentas y una vieja Polaroid de un joven.

Era Viktor, pero tendría unos veinte años. A su lado, una mujer… algo en sus rasgos me resultaba familiar.

Empecé a revisar los documentos. Extractos bancarios, recibos, un certificado de nacimiento descolorido. Y entonces lo vi: una carta dirigida a su hija.

Sin dudar, volví a la casa. Me temblaban las manos mientras tocaba de nuevo la puerta.

La mujer —ahora sabía que se llamaba Ludmila— me miró con preocupación.

«¿Otra vez tú?» — su voz era ronca, como si hubiera estado llorando.

«Tiene que ver esto.»

Me dejó entrar, y puse el baúl sobre la mesa del salón. Cuando Ludmila vio la carta con su nombre, se le cortó la respiración. Le temblaban las manos mientras la abría.

Esperé en silencio mientras leía. En sus ojos se mezclaban sorpresa, dolor… y luego, comprensión.

Cuando terminó, se secó lentamente las lágrimas.

«Se fue porque pensó que era lo correcto,» — susurró. «Se había metido con gente peligrosa. Quería regresar, pero temía ponernos en peligro. Así que… desapareció.»

Tragué saliva.

«Pero no quería que nos faltara nada,» — añadió, mirando el dinero. «Lo guardó todo para nosotras.»

Detrás de ella, la nieta miró por encima del hombro.

«Mamá tiene que ver esto,» — susurró.

Ludmila asintió, con una débil y triste sonrisa en los labios.

«Nos amó. Incluso después de todos estos años.»

Esa noche, sentado en el coche frente a mi apartamento, entendí algo: Viktor no buscaba perdón. Sabía que no podía cambiar el pasado.

Pero quería arreglar lo que aún era posible. Aunque nunca viera el resultado.

A veces, la vida nos pone frente a decisiones imposibles. Y a veces, lo único que podemos hacer… es intentar enmendar nuestros errores.

Miré el teléfono, la lista de contactos con los que no hablaba desde hacía años, los números que siempre había temido marcar.

Quizás para mí también había llegado el momento de arreglar algo.

La historia de Viktor no habla solo de redención. Habla de amor, arrepentimiento y de las huellas que dejamos atrás.

Si esta historia te tocó, compártela. Nunca sabes a qué corazón puede llegar. Tal vez, inspire a alguien a corregir sus propios errores… antes de que sea demasiado tarde

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