A veces la vida cambia de repente nuestros planes, sin que nos demos cuenta ni siquiera, y de repente nos despertamos en una realidad completamente distinta. Eso es exactamente lo que me pasó a mí.
Estoy acostumbrado a vivir solo en la ciudad y disfrutar de mi independencia.
Mi madre vivía en el campo y mientras mi padre vivió, todo estaba claro. Pero después de su muerte el mundo cambió.
La primera vez que sentí ansiedad fue cuando visité a mi mamá.
Ella siempre había sido una mujer fuerte e independiente, pero ahora parecía confundida y asustada, como una niña sin ningún apoyo.
Su mirada triste y cómo, con voz temblorosa, me pidió que me quedara un día más permanecieron en mi memoria mucho después de mi partida.
Ya no podía dejarla sola.
Me di cuenta de que mi mamá necesitaba cuidados y atención constante, así que tomé una decisión: la llevaría a la ciudad para que pudiera vivir conmigo.

Ese día ella empacó una pequeña maleta. Lo que más me sorprendió fue que entre las pocas cosas estaban la almohada y las sábanas viejas que le había regalado hacía un año.
«¿Por qué éste?» — Pensé. Quizás estos objetos le recordaban tiempos en que todo era pacífico y familiar.
Mamá abandonó con gran tristeza el hogar donde había pasado toda su vida. Incluso las visitas cortas a la ciudad eran un gran desafío para ella.
Y ahora tenía que dejar todo lo que conocía y amaba. Fue doloroso ver su tristeza, pero esperaba que encontrara la paz conmigo.
Los primeros días fueron difíciles: mamá se estaba acostumbrando poco a poco al nuevo entorno. Ella caminaba con cuidado por el apartamento, como si tuviera miedo de perturbar algo.
Pasaba horas en silencio en su habitación, recitando oraciones y casi sin salir. Pero después de dos semanas noté cambios.
Lentamente pero seguro, ella estaba volviendo a la vida. Sus ojos brillarían de nuevo cuando llegara a casa del trabajo. Ella me esperaba en la puerta y podía ver en sus ojos lo feliz que estaba de verme.
Comenzamos a preparar la cena juntos. Observé cómo la luz del atardecer se reflejaba en su cabello gris mientras ella cortaba verduras con cuidado.
A veces le tocaba suavemente la mano para iniciar una conversación, y había una mezcla de gratitud y calidez en sus ojos.
Pero lo que más me sorprendió fue lo que me estaba pasando. Podrías pensar que debería sentirme agotada: trabajo, nuevas responsabilidades, cuidar a mi madre.
Pero en lugar de sentirme cansado, sentí que mi vida adquiría un nuevo propósito, una calidez que había perdido en mi soledad.
Todas las noches corría a casa, sabiendo que allí no me esperaba una habitación vacía, sino la persona para quien yo era el mundo entero.
Hoy creo que las oraciones de mi mamá lo cambiaron todo. Llenaron nuestro hogar de calma y calidez, de manera silenciosa y sincera.
Se creó una profundidad que a menudo me hacía sentir como si me estuviera hundiendo en la infancia, una época en la que todo era sencillo y seguro.
No sé cuánto tiempo nos queda, pero atesoro cada día que pasamos juntos. Mamá, gracias por estar aquí.
No sólo cambiaste mi hogar: cambiaste mi corazón.







